index.comunicación | nº 7 (3) 2017 | Páginas 73-93

E-ISSN: 2174-1859 | ISSN: 2444-3239 | Depósito Legal: M-19965-2015

Recibido el 16_03_2017 | Aceptado el 29_03_2017

 

Comunicación internacional: el periodismo en México hoy. Narrativas del tratamiento informativo del conflicto y la violencia

International communication: journalism in Mexico today. Narratives of the information treatment of conflict and violence

Juan Francisco Torregrosa Carmona y Nancy Montemayor Rodríguez | juanfrancisco.torregrosa@urjc.es | npmontemayor@hotmail.com | Universidad Rey Juan Carlos | Diario El Norte, Grupo Reforma, Monterrey (México)

Resumen: Este texto pretende un acercamiento a la realidad del periodismo en el México actual a partir de la noción de conflicto en el tratamiento por parte de los medios de comunicación. El caso del país azteca supone un ejemplo de primer orden en el ámbito del panorama mediático internacional, debido a la violencia reiterada y grave de la que debe ocuparse la prensa en su más amplio sentido. Esta realidad lo ha convertido en uno de los lugares más peligrosos del mundo para los informadores, según diversos organismos oficiales y entidades profesionales. Los periodistas, especialmente los que ejercen con integridad y arrojo su trabajo, son blanco de las mafias dedicadas al narcotráfico y de otros sectores de la violencia y el crimen organizado. En este contexto, resulta tan necesaria como arriesgada la labor de informar a diario. Una labor que ha costado ya la vida a muchos reporteros a pie de calle. Palabras clave: Comunicación internacional; México; periodismo; conflicto; violencia.

Abstract: The aim of this text is to be an approach to the reality of the journalism in the present Mexico from the notion of conflict in the treatment by the mass media. The case of the Aztec country is an example of the first order in the international media scene, due to the repeated and serious violence that must be addressed by the press in its broadest sense. This reality has made it one of the most dangerous places in the world for informants, according to various official bodies and professional entities. Journalists, especially those who exercise with integrity and courage, are targets of drug trafficking mafias and other sectors of violence and organized crime. In this context, the task of daily reporting is as necessary as it is risky. A job that has already cost many reporters lives on the street. Key words: International Communication; Mexico; Journalism; Conflict; Violence.

A José Carlos Sendín Gutiérrez, persona de paz. A tu bondad cósmica. In memoriam

1. Introducción

Este texto pretende aproximarse en forma de ensayo a la realidad del periodismo y los periodistas en el difícil escenario para el ejercicio libre de la profesión que supone el México actual dentro del panorama de la comunicación internacional. Uno de los sitios más peligrosos del mundo para el trabajo periodístico, según Reporteros Sin Fronteras, UNESCO y otros organismos oficiales y entidades profesionales.

Autores como Pérez Herrero (2013) o Ruiz de Gordejuela (2013), entre muchos otros, han estudiado el caso mexicano en relación con diversas dimensiones de la violencia. A ellos remitimos para un conocimiento más profundo, dado que en este caso nos ocuparemos únicamente de la perspectiva periodística. Artículos recientes como los de Arnoldo González (2015), González-Esteban y López-Rico (2016) o Jurado-Martín (2010) se ocupan del ámbito específico que tratamos en este acercamiento. Por su parte, De la Garza y Barredo Ibáñez (2017) han analizado el consumo de información en redes sociales por parte de los mexicanos.

Uno de los últimos trabajos, Periodismo muerto (Díaz Nosty, 2016), cifra en 1.051 los periodistas asesinados y desaparecidos en América Latina entre 1970 y 2015 –a fecha de febrero de 2017 eran unos 1.075– , lo que confirma a América Latina como la región más peligrosa del mundo para ejercer el periodismo. En ese escenario dramático, México lidera las estadísticas de víctimas en términos absolutos. El autor del estudio asegura que hay hoy en el ámbito geográfico analizado “más libertad para matar que para informar”.

Antes de entrar en el caso concreto del país azteca, que ilustra males universales junto con particularidades endémicas, abordaremos la noción del conflicto como ámbito de producción discursiva y profesional por parte de los medios de comunicación.

El contexto actual, dominado por la ahora denominada ‘posverdad’, ilustra bien problemas añejos que renacen, sin embargo, con fuerza inusitada, o al menos amplificada, por el efecto de las redes sociales y el nuevo estadio de desarrollo tecnológico en una sociedad global tan caracterizada por la ‘modernidad líquida’, según el concepto de Bauman, autor desaparecido en los primeros días de este 2017, pero cuyo pensamiento y obra permanecen.

Los autores de esta reflexión se alinean con los muchos que piensan que la ‘posverdad’ no es de fondo distinta a la manipulación de la realidad, tan vieja como el hombre, que aqueja a muchos contenidos de los medios informativos, si bien es cierto que la prensa se enfrenta a un –insistamos– viejo desafío todavía mayor hoy, por las posibilidades creativas y de difusión de este nuevo tiempo: el de las mentiras fabricadas, como se ha comprobado en la campaña electoral estadounidense que ha dado la victoria a alguien como Donald Trump.

Según el estudio de la Unidad de Datos de Univisión Noticias, realizado una semana antes de las elecciones, hubo 217 falsedades (el 79 por ciento de Trump y el 21 por ciento de Clinton), entre ellas que el papa Francisco apoyaba al hoy presidente de Estados Unidos. El informe se realizó a partir de cinco plataformas de fact-checking: Politifact, Fatcheck.org, The Washington Post, The New York Times y el Detector de Mentiras de Univisión (Echevarría, 2016).

El magnate ha abierto una era hostil con México. De hecho, a los cinco días de llegar a la presidencia firmó la orden ejecutiva para construir el anunciado muro fronterizo, que asegura que pagará México de una forma u otra.

Parecen proféticas las palabras de Tzvetan Todorov (1939-2017): “La caída del Muro de Berlín parecía augurar la de otros muros que subsistían en diversos lugares. Veinte años después, debemos reconocer que aquella esperanza no se vio coronada por el éxito. En lugar de desaparecer de la faz de la Tierra los muros se han multiplicado” (Todorov, 2011: 11, conferencia pronunciada en 2009).

2. Los medios de comunicación y su discurso ante la idea y la realidad del conflicto

El conflicto, en su más amplio sentido, aparece como una categoría recurrente en el discurso mediático contemporáneo. De ahí que tanto académicos como periodistas se ocupen de analizar la vinculación entre información y conflicto, la violencia como noticia (Calleja, 2013; Torregrosa, 2013).

En nuestro caso, nos referimos a un sentido estricto de violencia en primer término, al tratar el caso específico mexicano, pero también abarca el análisis un sentido lato muy presente en toda la taxonomía de medios, pero especialmente en el ámbito de la televisión en el que reina la intimidad sin pudor, la delación y la impostura de los protagonistas de muchos contenidos de entretenimiento. En las primeras décadas del medio en España, para salir en ella debías tener un “motivo”: saber doblar cucharillas, por ejemplo (fuese un fraude o no). Hoy el valor primordial, antes que cualquier otro, es el hecho de aparecer en pantalla y saber crear un personaje apto para el conflicto y el espectáculo. Eso desde el punto de vista del “contenido”, por así llamarlo, o de la función de entretenimiento (y teniendo siempre en cuenta que los discursos –el informativo, el publicitario, el de ocio…– nunca son del todo autónomos: se mezclan y contagian; a peor, casi siempre). De hecho, hoy la información imita cada vez más al entretenimiento así como la ficción tiende a parecerse a lo informativo, a lo noticioso, con espacios televisivos que mezclan con total tranquilidad categorías y tratamientos antes bien diferenciados, no sólo por tradición sino por imperativos deontológicos que hoy parecen superados.

En los próximos párrafos trataremos sobre el conflicto en la información, en el día a día, y también en el espectáculo. Pero para eso, antes, hay que partir de la idea de que el sistema de poder ha cambiado. En el nuevo escenario de poder, una vez que la sociedad postindustrial deviene en sociedad de la información, este elemento –la información– cobra un valor extraordinario, de modo que lo mismo en el ámbito internacional que en el nacional, el control de la información, el control de la agenda mediática, es una de las grandes prioridades de toda instancia: cultural, económica, social… pero especialmente de la política e institucional. Es evidente hoy la crisis de las democracias representativas de los países occidentales, por lo que hay que buscar nuevas fórmulas de acceso, y en lo posible, control a la opinión pública por parte de las esferas del poder de todo tipo. En ese contexto, estructuralmente, los medios de comunicación conforman un poderoso agente en la fabricación del consenso, en el mantenimiento del statu quo. Es la gran paradoja. Una de ellas.

El estudio de la sociedad contemporánea demuestra, como ha destacado Pereira (2003: 46), que el factor tecnológico (y por consiguiente “mediático”, adjetivo especialmente usado hoy y revelador de la nueva situación de la comunicación profesional) es uno de los factores condicionantes del comportamiento de los diversos actores en el sistema internacional. Del mismo modo, los procesos de relación entre actores y factores oscilan entre el conflicto y la cooperación. Ha de valorarse la idea del conflicto como algo coyunturalmente necesario e incluso positivo. Así se desprende de la observación de Fernando Savater (1998: 39): “No hay que asustarse de los conflictos, es normal que existan en las comunidades; sólo las colectividades que están sometidas a la tiranía carecen de conflictos. Uno de los grandes teóricos de la política del siglo xviii, Montesquieu, decía que para saber si en una comunidad hay tiranía o no la hay, no hacía falta más que acercar el oído: si se oye ruido y discordias, quejas, entonces es que hay libertad; si no se oye nada, es que hay una tiranía. Entonces es necesario aceptar que las comunidades humanas libres son conflictivas y, en cuanto más libres, más conflictivas. No vamos a creer que la libertad sirve para resolver los conflictos, sino para plantearlos bien. La tranquilidad es un sueño dictatorial, autoritario. Los seres humanos libres actúan cada uno por su cuenta, pueden conciliarse, pero exige un determinado esfuerzo”.

Las revueltas de la llamada “primavera árabe”, que tuvieron lugar principalmente durante 2011 en Túnez o en Egipto –entre otros países–, pueden ser un ejemplo de que cuando reina soberano el silencio, en realidad algo va mal: los sátrapas de turno no dejan ningún margen para la manifestación pública, ni privada, del disenso.

En la reflexión sobre el silencio y la tiranía, sobre la comunicación y el poder, habría que añadir una reflexión de Noam Chomsky a propósito de la obra emblemática de Orwell: “Los mecanismos de adoctrinamiento y de control son menos transparentes en sociedades libres y democráticas que en aquellas en las que las órdenes provienen del Ministerio de la Verdad y donde (el) Gran Hermano empuña un látigo muy visible” (Chomsky, 2005: 47). Por cierto que resulta sintomático que en 2017 las obras de Orwell, en particular 1984, vuelvan a ser éxito de ventas a propósito de la ya mencionada ‘posverdad’ y circunstancias preocupantes como la vindicación de los “hechos alternativos” para analizar la realidad, por parte del actual inquilino de la Casa Blanca. Lo que muchos, entre quienes nos contamos, consideramos que “es la manipulación de toda la vida” (García de Castro, 2017).

Hablar de medios de comunicación es hablar, ineludiblemente, en términos dicotómicos: apariencia versus realidad, verdad versus mentira, poder versus contrapoder o versus vigilancia del poder político por parte del mediático (la vieja teoría del perro guardián, actualizada). A este respecto, conviene acudir a la obra de pensadores como Michel Focault: “Cada sociedad tiene su régimen de verdad, su política general de la verdad, es decir, define los tipos de discursos que acoge y hace funcionar como verdaderos; los mecanismos y las instancias que permiten distinguir los enunciados verdaderos o falsos, la manera de sancionar a unos y otros; las técnicas y los procedimientos que son valorados en orden a la obtención de la verdad; el estatuto de los que se encargan de decir qué es lo que funciona como verdadero (…). Y entiéndase bien que por verdad no quiero decir el conjunto de cosas verdaderas que hay que descubrir o hacer aceptar, sino el conjunto de reglas según las cuales se discrimina lo verdadero de lo falso y se ligan a lo verdadero efectos políticos de poder” (en Camiñas, 2008: 85).

Por su parte, Vicente Verdú (2006), más de un decenio antes de que se pusiera de moda el término ‘posverdad’ al que venimos aludiendo desde el principio de este artículo –y que no está en el Diccionario de la RAE (todavía)– se refiere a casos como el Watergate que acabó con la presidencia de Nixon (1969-1974), los casos relativamente recientes de invenciones del periodista Jason Blair mediante historias falsas construidas con la ayuda de Internet, un teléfono móvil para hacer creer que estaba fuera, y mucha cara dura, y que fueron publicadas, algunas en portada, por el diario más prestigioso del mundo, The New York Times; o incluso las invenciones protagonizadas por científicos en los últimos años. Como él muy bien expresa: “Entre el anhelo de la transparencia y el granel de las falsificaciones se balancea nuestro tiempo. Sin embargo, sobre el maremágnum de las copias pirata, el amarillismo o los colorantes, parecía quedar a salvo la verdad científica. La verdad científica como el firme acantilado de la verdad donde venía a romperse y sucumbir cualquier oleaje mendaz. Las noticias recientes de grandes mentiras en la ciencia, de falacias deliberadamente muñidas para obtener honores, anuncian el fin completo de la verdad”. Verdú hace notar también cómo el rumor y su capacidad de influencia se ven incrementados de manera considerable haciendo uso de las posibilidades que ofrecen en ese sentido las nuevas tecnologías de la comunicación. Según este analista, todos mienten, y encima sabemos que nos mienten.

Retornando específicamente a los terrenos pantanosos de la idea de conflicto en el tratamiento informativo de actualidad, uno de los ámbitos de presentación discursiva conflictiva es el de la inmigración –o el de los nacionalismos excluyentes– por la vía de remarcar la alteridad: nosotros/ellos, los de aquí/los de fuera… Sin embargo, la evolución ha sido y está siendo de mejora en las presentaciones iniciales más maniqueas y conflictivas, por lo general, artificial y/o exageradamente conflictivas. El discurso de la diferencia y el conflicto se utiliza muchas veces para imponerse al otro, con los medios de comunicación como altavoz e incluso portavoz, casi como cooperador necesario, dicho en términos jurídico-penales.

A la atención hacia el conflicto y la violencia, magnificada o no, contribuyen de forma poderosa los grandes rasgos del actual panorama periodístico, puestos de manifiesto por Diezhandino (2007: 125):

→ Más mercado y menos principios.

→ La tiranía del marketing político y el publicista.

→ Un mano a mano entre políticos y periodistas (cada vez más cerca ambos).

→ Imposición del imperio de lo negativo (en clara relación, añadimos nosotros, con la dimensión conflictiva inherente al relato, que no en la estructura ni en la función real y social de los medios de comunicación).

→ Los periodistas y sus relatos como “grandes demagogos”.

→ Marginalidad mediática. El disfraz del buen samaritano: la solidaridad o lo políticamente correcto como moda.

La explicación pasaría por las siguientes ideas: “aunque el conflicto forma parte natural de las relaciones humanas, muchos periodistas lo quieren transformar para mejorar la noticia en algo anormal, antinatural, siempre con el significado de agresión, ultraje, rechazo, cuando no de racismo a toda costa; siempre sobre la base de no contextualizar la información, de amplificarla y añadir toques de sensacionalismo y venta fácil. Esa idea del impacto de producir sensaciones, de provocar emociones, ha calado hondo” (Diezhandino, 2007: 139).

→ Relajación en el uso de las fuentes de información.

→ La agenda mediática no la deciden los medios.

→ Personalización y excesivo “protagonismo escenificado” de los periodistas.

→ Falta de investigación, atrofia de la memoria, empobrecimiento…

→ Del auge a la caída de la esfera pública.

Hay media docena más de características en las que no nos vamos a detener para no hacer demasiado prolija la exposición en este punto.

2.1 El conflicto por los siglos de los siglos.

Del fin de la Historia al choque de civilizaciones

Aunque a veces sean los medios de comunicación, en especial la televisión, los que magnifican e incluso puedan llegar a crear el conflicto (recuérdese, por ejemplo, el papel de W. R. Hearst en la guerra hispanonorteamericana, con episodios como el hundimiento del Maine, y aquella frase que le atribuye la historia de “usted ponga las ilustraciones que yo pondré la guerra”), no puede dejar de reconocerse que la mayoría de las veces el conflicto es real, no nace con su relato. Así lo podemos ver a partir de consideraciones como las de Ryszard Kaspuscinski en su artículo ‘La globalización del mal’. Y es que obviamente se ha de insistir en que normalmente existe una base cierta, muy atractiva para los medios de comunicación –para la sociedad toda en realidad– de conflicto en la sociedad internacional, en la actual como en la de todos los tiempos. Pese a ello, algunos teóricos han creído, a todas luces de forma errónea, que podíamos asistir al fin de los conflictos en la historia.

Las palabras del viejo reportero polaco ya desaparecido nos sitúan en el entorno de algunos de esos análisis surgidos tras el final de la Guerra Fría, especialmente los que planteaban el final de los conflictos internacionales gracias a la desaparición del mundo bipolar, pero también aquellos tan distintos que auguraban justamente el recrudecimiento de los grandes conflictos mediante el choque de civilizaciones:

“Hay que reconocer que son las ideas formuladas en las escuelas superiores norteamericanas las que dictan hoy al mundo los temas de las principales discusiones y polémicas sobre el presente y el futuro. Todos los grandes debates de los últimos decenios concernieron a concepciones de gran importancia surgidas en Estados Unidos, generadas por el pensamiento norteamericano. Un ejemplo muy útil es la tesis que formuló Francis Fukuyama sobre el fin de la historia. A principios de la década de los años noventa proclamó que el fin del comunismo significaba el fin de los conflictos. De esa circunstancia, el pensador norteamericano sacó la conclusión de que, por consiguiente, la democracia liberal triunfaría en todas partes en tanto que régimen ideal que desean todos los humanos. Seis años después, Samuel Huntington formuló su concepción sobre la confrontación entre las civilizaciones. Entonces se propagó la idea de que todos los conflictos existentes se debían a las diferencias entre las civilizaciones. La última gran idea fue formulada por Robert Kagan, autor de la afirmación de que los grandes aliados, Estados Unidos y Europa, se separan. Y es muy probable que esa circunstancia sea el cambio más importante promovido por los sucesos del 11 de septiembre” (Kaspuscinski, 2007: 59).

Han pasado casi treinta años desde que Fukuyama diera a conocer sus ideas sobre el denominado “fin de la historia”, una noción hegeliana por él retomada. En aquel momento sus escritos tuvieron notable repercusión internacional. Hoy él mismo y otros hacen una revisión crítica de aquellos planteamientos. El autor realiza un ejercicio de cierta autocrítica pero son diversos autores los que con mayor o menor dureza muestran su disconformidad con la idea de la imposición en el mundo del liberalismo económico y político, de la “idea” de Occidente, tal y como resumen los editores de la revista The National Interest al publicar uno de sus textos de referencia en el verano de 1989. Un año, y los dos siguientes, por cierto, de gran trascendencia para el mundo y las relaciones internacionales por la caída del comunismo y la ola de cambios profundos y transición a la democracia en los países del Este de Europa.

Aunque reconoce que en muchos aspectos estaba “fundamentalmente equivocado” sobre sus teorías acerca del “fin de la historia”, el autor sigue manteniendo la base esencial de sus posiciones:

“seguimos estando en el fin de la historia porque sólo hay un sistema de Estado que continuará dominando la política mundial, el del Occidente liberal y democrático. Esto no supone un mundo libre de conflictos, ni la desaparición de la cultura como rasgo distintivo de las sociedades. En mi artículo original señalé que el mundo poshistórico seguiría presenciando actos terroristas y guerras de liberación nacional” –asegura Francis Fukuyama (1989)–.

Tras la caída del Muro de Berlín muchos consideraron que quedaba sancionado el citado concepto de Hegel rescatado por Francis Fukuyama sobre “el fin de la Historia” (Marsi, 2010: 153). Es verdad, no obstante, que el propio autor se defiende y muestra su rechazo a esas interpretaciones:

“...aquellos que intentaron encontrar la falla clave del “Fin de la Historia” en los acontecimientos políticos y económicos de la década pasada erraban el tiro. No hay nada, como ya he dicho, que haya ocurrido en la política mundial desde el verano de 1989 que invalide el argumento original: la democracia liberal y el mercado hoy en día siguen siendo las únicas alternativas realistas para cualquier sociedad que quiera formar parte del mundo moderno” (Fukuyama, 1989).

Respecto al planteamiento de Samuel Huntington de que más que avanzar hacia un único sistema global el mundo viviría un “choque de civilizaciones” donde seis o siete grandes grupos culturales coexistirían sin converger y constituirían las nuevas vías de fractura del conflicto global, no parece que la falte cierta razón a la luz de hechos tan dramáticos como el 11-S y el resto de ataques del terrorismo islamista en diversas latitudes del planeta, hoy tan frecuentes. Fukuyama recuerda que los políticos, con mayor o menor sentido institucional y pretensión diplomática, insisten en que se trata de una minoría de personas. Y si bien es verdad que no se puede generalizar ni demonizar a religiones o países completos, tampoco sería razonable pensar que, como se dice coloquialmente, “son cuatro locos” o “un puñado de fanáticos”. La amenaza terrorista internacional es muy seria y los analistas insisten en apreciar factores múltiples en el avance de esta lacra mundial que está desde hace tiempo entre las principales preocupaciones de los actores y las organizaciones supranacionales.

Fueron muchos los que no encontraron, ya en su día, convincentes la propuesta de Fukuyama. Estas voces tildaron de reduccionistas sus ideas y su modelo de interacción y funcionamiento internacional en la medida en que su visión de la historia podría parecer excesivamente centrada en lo ideológico. Algo que no se corresponde en absoluto con la realidad, sea nacional o transnacional. Porque entre los factores condicionantes de las Relaciones Internacionales no sólo está el factor ideológico o sistema de valores sino que existen otros muchos cuya aportación es relevante, a saber: factor geográfico, factor demográfico, factor económico, factor tecnológico –anteriormente mencionado–, el político-jurídico y el factor militar-estratégico (Pereira, 2003). Una elaboración teórica que pretenda caracterizarse por el rigor y el realismo no puede obviar el conjunto de factores señalados, así como tampoco olvidar a los actores tradicionales y a los que ocupan un nuevo papel. Como ya se ha dicho, siguiendo a los autores más relevantes en la materia, los procesos de relación en el sistema internacional oscilan entre el conflicto y la cooperación. Y para obtener una respuesta medianamente satisfactoria a los grandes interrogantes no es posible hacer planteamientos de trazo grueso o exponer visiones, por simplistas, increíbles.

3. Situación del periodismo en el México actual y reciente

Como ha destacado José Carlos Sendín Gutiérrez (2013: 567), “desde el final de la Guerra Fría han proliferado análisis y estudios sobre la conflictividad internacional que han apuntado hacia lo que se denomina ‘nuevas guerras’ o ‘guerras por recursos’. Esta literatura integra a autores con diversos tipos de enfoques y perspectivas, pero que coinciden en señalar que las nuevas guerras son radicalmente distintas a las anteriores. De esta forma, se habrían reducido considerablemente los conflictos entre estados, mientras que han aumentado de forma exponencial los conflictos intraestatales, con incremento de bajas civiles y con una duración más prolongada que los antiguos conflictos” (Ruiz-Giménez, 2012, en Sendín, 2013).

En ese contexto, se estima que en los últimos quince años México ha enfrentado una violencia delictiva que ha dejado más de 100.000 muertos (Villalobos, 2017). México, con unos 125 millones de habitantes, es hoy un país señalado por la corrupción, la impunidad, la violación a los derechos humanos, la violencia de género y una guerra del (y contra el) narcotráfico que lleva ya más de diez años. Esta problemática ha propiciado una pérdida de la credibilidad en las autoridades mexicanas que también se ha trasladado a algunos medios de comunicación.

La veracidad de la información que ofrecen, principalmente las televisoras y radiodifusoras, cada vez es más cuestionada por la audiencia debido a la cercanía de algunos de sus periodistas y propietarios con los círculos del poder.

Hasta 2014, la radio y televisión eran los principales medios para posicionar la imagen del gobernante en turno o de funcionarios que aspiraban a algún cargo de elección popular, que destinaban presupuestos millonarios para este fin.

La dependencia de los medios de comunicación de la publicidad gubernamental no deja mucho espacio al ejercicio del periodismo crítico y libre, dando lugar a una autocensura para evitar dañar sus intereses económicos.

En México son pocos los medios de comunicación que se atreven a realizar periodismo de investigación con objetividad, imparcialidad y responsabilidad como lo marca la ética de esta profesión. Estos periodistas resultan incómodos para aquellos que son exhibidos en actos de corrupción.

“Practicar el periodismo en México es como subirse a la montaña rusa de la incertidumbre. Salvo excepciones, lo común es la ambigüedad sobre los márgenes para la libertad de expresión. Al gobernante represor o corrupto no le gusta ser expuesto y hace lo posible por suprimir la crítica. Luego está lo que Owen Fiss, profesor de la Universidad de Yale, llama ‘censura empresarial’ (la ganancia determina los temas que se toleran y los que se silencian). La radio y televisión son ‘concesiones’ entregadas por el Estado; hacen lo que quieren, porque el Estado se despreocupa de ese tema”, señala el politólogo Sergio Aguayo en su columna del periódico Reforma (25 de noviembre de 2015).

En este espacio, Aguayo se refiere al conflicto entre la periodista Carmen Aristegui y la empresa del conglomerado radiofónico y mediático mexicano MVS (www.noticiasmvs.com), que la despidió de su programa de radio en marzo del 2015 junto con su equipo de investigaciones especiales, cuatro meses después de la publicación del reportaje de ‘La Casa Blanca de Peña Nieto’. Por este trabajo periodístico, que reveló el conflicto de interés alrededor de la residencia de siete millones de dólares que el Presidente de México tiene en la Colonia Lomas de Chapultepec, Aristegui recibió el Premio Knight de Periodismo Internacional en noviembre del 2016, en Washington.

Al aceptar el premio, la periodista mexicana acusó ataques cibernéticos a su portal de internet Aristegui Noticias. También ha denunciado el acoso judicial en su contra, ya que enfrenta cinco juicios civiles y mercantiles derivados de sus trabajos periodísticos.

Esta situación ha alertado a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). En su visita a México en septiembre del 2016, el Relator Especial para la Libertad de Expresión de la CIDH, Edison Lanza, tocó el tema de la vulnerabilidad de los periodistas a los juicios civiles por daño moral, calumnias y difamación.

“La ley establece una suerte de responsabilidad objetiva: si la información, aun cuando sea cierta, produce una ofensa, ése es el factor de atribución de la responsabilidad y genera una sanción. Eso genera una inseguridad al trabajo periodístico”, dijo Lanza (Reforma, 2 de septiembre 2016). Para el representante de la CIDH, una sanción civil desproporcionada podría tener un efecto inhibitorio y de autocensura sobre otros periodistas.

En el caso de los medios de comunicación que están fuera de la capital y de las principales ciudades del país, como Monterrey y Guadalajara, es aún más difícil mantener una línea independiente y crítica. La mayoría están alineados y condicionados por la publicidad que reciben de los gobiernos locales.

En el estado de Quintana Roo, al sur del país, el semanario Luces del Siglo denunció en el 2014 la clonación de sus ediciones, tanto de manera virtual como impresa, en las que se sustituía el contenido real con boletines y noticias favorables al entonces Gobernador emanado del hegemónico Partido Revolucionario Institucional (PRI), Roberto Borge.

De acuerdo con la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), el 90 por ciento de las agresiones contra periodistas queda en la impunidad, lo que deteriora los derechos a la libre expresión y a estar informados.

La realidad de la violencia general hacia la población afecta a los 31 estados de México, junto a Ciudad de México, con diferente nivel de intensidad.

3.1 Periodistas, blanco del crimen

La violencia originada por la disputa de territorios entre los cárteles del crimen organizado, además de sus enfrentamientos con las fuerzas armadas del país, hace cada vez más arriesgada la labor periodística en México, principalmente para los reporteros de la fuente policiaca.

Organismos como la UNESCO han expresado en numerosas ocasiones su honda preocupación por la situación de estos periodistas que arriesgan la vida en la cobertura informativa de ejecuciones, balaceras, secuestros y los bloqueos a las vialidades que realizan los criminales para escapar cuando son perseguidos por las fuerzas militares. Firmar una nota sobre los hechos relacionados con el crimen organizado implica quedar en la mira de la delincuencia organizada.

Los cárteles del narcotráfico, principalmente Los Zetas y el Cártel del Golfo, han sembrado el terror en los estados del noreste del país, en donde algunos medios de comunicación han optado por no publicar este tipo de noticias ante las amenazas de los narcotraficantes. Los diarios que sí publican esta información lo hacen sin la firma del reportero, para evitar represalias.

Las instalaciones de los medios de comunicación de Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila han sido víctimas de mensajes intimidatorios a través de las “narcomantas”, ataques a balazos y con granadas en sus instalaciones.

Reporteros y directores de los diarios del noreste han padecido los “levantones”, como llaman los narcotraficantes a la acción de secuestrar a sus víctimas. Algunos son liberados tras padecer tortura física o psicológica, pero otros aparecen muertos con algún mensaje de los criminales.

En Tamaulipas, cuna del Cártel del Golfo y Los Zetas, desde el 2010 se han registrado ataques del crimen organizado a los medios de comunicación.

En el 2012, las instalaciones de Televisa en la ciudad de Matamoros, Tamaulipas, fueron atacadas en tres ocasiones con explosivos y una vez más en el 2015.

También en el 2015, en esta ciudad ubicada en la frontera con Estados Unidos, el director editorial del periódico El Mañana, Enrique Juárez Torres, fue secuestrado. Un grupo de sicarios del cártel entró hasta la redacción y tras someterlo violentamente lo sacó de su oficina. Horas después fue liberado.

Antes del “levantón”, Juárez Torres había recibido dos amenazas por publicar información de hechos vinculados a la delincuencia. El periodista se vio obligado a trasladarse con su familia a Estados Unidos.

En Monterrey (Nuevo León), una de las ciudades más importantes del país, la ola de violencia del crimen organizado alcanzó a los medios de comunicación en el 2009. El 6 de enero de ese año, hombres armados dispararon con fusiles de alto poder y lanzaron dos granadas que detonaron en las instalaciones de Televisa-Monterrey, ubicadas en el centro de la ciudad.

También el diario El Norte, del Grupo Reforma, ha sufrido desde el 2010 seis ataques en las oficinas de sus ediciones suburbanas Sierra Madre, La Silla y Linda Vista. El más violento (el tercero en un intervalo de diecinueve días) ocurrió el 29 de julio del 2012 en la edición Sierra Madre, cuando un comando armado irrumpió, roció combustible en el mobiliario de la recepción y le prendió fuego. En el momento del ataque había unas 15 personas laborando, que lograron salir ilesas.

En Coahuila, los periódicos Zócalo de Saltillo y El Siglo de Torreón han padecido las amenazas y el secuestro de su personal por parte del cártel de Los Zetas.

Imagen 1. Primera página del diario El Norte (Grupo Reforma), el 30 de julio del 2012, tras el incendio provocado de una de sus redacciones. Fuente: www.elnorte.com.

En enero del 2010, el reportero Valentín Valdés Espinosa fue secuestrado cuando salía de trabajar en el periódico Zócalo de Saltillo y fue hallado muerto al día siguiente. “Esto les va a pasar a los que no entiendan. El mensaje es para todos”, fue la advertencia que dejó el narco junto al cadáver del periodista, que presentaba huellas de tortura.

Las agresiones del narcotráfico contra los medios de comunicación también han alcanzado a personal ajeno a la labor periodística, como ocurrió en El Siglo de Torreón. El 7 de febrero de 2013, cinco de sus trabajadores fueron secuestrados y liberados diez horas después, luego de ser amenazados y golpeados.

“Resulta notable que el secuestro de nuestros cinco compañeros haya ocurrido horas después de que, ese mismo jueves, se instaló en el Senado de la República la Comisión para Seguimiento de Agresiones contra Periodistas, un organismo similar a muchos otros que no han logrado frenar la violencia contra medios de comunicación, marcando un fuerte contraste entre lo que se ve en la capital del país y lo que ocurre en las regiones donde se vive la ola criminal”, señaló el diario en un pronunciamiento sobre los hechos.

Estos son sólo algunos casos en la región noreste, pero la misma situación se repite en otros estados como Veracruz y Chihuahua, por mencionar algunos.

Sólo en 2016, nueve periodistas fueron asesinados en México, según el informe anual de Reporteros sin Fronteras, que destaca el hecho de que no es un país en guerra.

A finales del mismo 2016[1], la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) reportó que 119 comunicadores habían sido asesinados desde el 2000, mientras que 20 estaban desaparecidos desde el 2005.

Al igual que los políticos, el narcotráfico también utiliza a los medios de comunicación para ganar simpatías entre la población. En Coahuila y Tamaulipas, el Cártel del Golfo y Los Zetas acostumbran a organizar festejos populares por el Día del Niño y Navidad a los que invitan a toda la comunidad.

En el 2006, el periódico El Mañana publicó una inserción pagada de la fiesta que promovió el líder del Cártel del Golfo, Osiel Cárdenas Guillén, por el Día del Niño en la ciudad de Reynosa (Tamaulipas). El evento masivo, en el que se repartieron juguetes y contó con la presentación de grupos de payasos, fue reseñado con fotografías, destacando la labor del grupo criminal.

Un festejo similar se llevó a cabo en la ciudad de Piedras Negras (Coahuila). La invitación al evento organizado por el “Zindicato Anónimo Altruizta de Piedras Negras” fue difundida en radio, televisión y periódicos de la localidad. Pese a la presunción de que Los Zetas eran quienes organizaban la celebración, acudieron alrededor de tres mil personas (El Norte, 2 de mayo de 2006).

En línea con lo anterior, periodistas de la zona fronteriza del noreste de México señalan que algunos medios de comunicación son amenazados para publicar información favorable a los cárteles de la droga.

Ser periodista hoy en México tiene mucho mérito. Ser mujer y periodista, más. Una de las personas que simboliza a tantas otras es Lucy Sosa, periodista de sucesos en Ciudad Juárez, que ha visto morir asesinados a dos de sus compañeros, por informar en medio de una guerra de narcos, como ella hace, lo que ha valido que balearan su diario y que las amenazas hacia ella sean continuas. Sin embargo, esta madre de dos hijos y abuela de dos nietos nunca se ha planteado renunciar y se muestra orgullosa de que en años tan duros para el ejercicio del periodismo no haya habido ni un solo abandono por miedo en la redacción de El diario de Chihuahua (XL Semanal, nº 1.474, 24 de enero de 2016).

Alejandro Junco (2012: 13), presidente y director general del Grupo Reforma (México), en ‘Disipando la Niebla’, discurso de homenaje al periodista caído, recuerda cuarenta años de trabajo junto a periodistas honrados y luchadores:

“Nuestros reporteros han sido difamados, intimidados, golpeados, secuestrados; granadas han sido lanzadas a sus puertas. Y, aún así, se presentan todos los días a trabajar para asegurarse que la verdad sea dicha. (…) Importa –mucho– para la sociedad que el periodismo disipe la niebla del anonimato; y también es imperativo reconocer a aquellos que pagan el precio y corren el riesgo de hacerlo”.

Un testimonio que podría enlazar con el que justo treinta años antes, en su discurso de Premio Nobel 1982: ‘La soledad de América Latina’, Gabriel García Márquez (2002: 9-12) protagonizó cuando aludía a “una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas (…). Hacia el final de su intervención añadía: “Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios, ni las pestes, ni las hambrunas, ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte”.

Otro Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa (2006: 12), condensa en líneas como las siguientes su visión de una tierra diversa:

“La riqueza de América Latina está en ser tantas cosas a la vez que hacen de ella un microcosmos en el que habitan casi todas las razas y culturas del mundo. A cinco siglos de la llegada de los europeos a sus playas, cordilleras y selvas, los latinoamericanos de origen español, portugués, italiano, alemán, chino o japonés son tan oriundos del continente como los que tienen sus antecesores en los antiguos aztecas, toltecas, mayas, quechuas, aymaras o caribes. Y la marca que han dejado los africanos en el continente, en el que llevan también cinco siglos, está presente por doquier: en los tipos humanos, en el habla, en la música, en la comida y hasta en ciertas manera de practicar la religión. No es exagerado decir que no hay tradición, cultura, lengua y raza que no haya aportado algo a ese fosforescente vórtice de mezclas y alianzas que se dan en todos los órdenes de la vida en América Latina. Esta amalgama es su riqueza. Ser un continente que carece de identidad porque las tiene todas”.

4. Conclusiones

Uno de los valores que predominan en el discurso periodístico contemporáneo es el del conflicto, real o artificial, y en íntima conexión el espectáculo creado por los propios medios, por sus tratamientos narrativos cada vez más alejados de su tradición informativa clásica. Con un periodismo que se dedica cada vez más a alimentar el seguimiento y la lógica del acontecimiento mediático previamente creado: con ingredientes, como el propio conflicto, el empeño en sobredimensionar las consecuencias de los hechos, pero hurtando demasiadas veces sus antecedentes, causas, contextos, y mil elementos similares. Es más, en la era de la ‘posverdad’, hay mentiras directamente fabricadas para intoxicar a la opinión pública desde los medios de comunicación, como se demostró, por ejemplo, en la última campaña electoral de Estados Unidos, cuyo resultado auparía al poder político a Donald Trump.

La historia, la de la España contemporánea y la de México hoy, como las de cualquier otro país, nos enseña a lo largo de los siglos que el conflicto, en toda la extensión del concepto y las realidades a las que remite, ha existido siempre, si bien su relato actual (audiovisual, inmediato, profuso, intenso…) podría llevar a alguien a caer en el error, por inverosímil que parezca, de pensar algo distinto. De hecho así podría desprenderse de las palabras, una vez más, del maestro polaco Kapuscinski:

“Son los medios de comunicación los que crean la historia. En el siglo xxi, dentro de cincuenta años, el historiador que estudie nuestro tiempo se verá obligado a mirar millones de kilómetros de grabaciones televisivas para intentar comprender las migraciones, los genocidios, las guerras, y sacará la idea de un mundo enloquecido en el que todos disparaban contra todos, mientras que sabemos muy bien que vivimos en un mundo relativamente pacífico si tenemos en cuenta que en nuestro planeta viven casi seis mil millones de personas [en la actualidad siete mil quinientos; y se cree que pronto llegaremos a diez mil], que hablan dos o tres mil lenguas diferentes, con intereses innumerables. Pero el historiador del siglo xxi tendrá una visión de nuestro mundo completamente distinta, llena de tragedias, de dramas, de problemas” (Kapuscinski, 2002: 114).

Sus palabras siguen la idea de Chartier (2007) en el sentido de que la violencia entre los individuos (la manifestación del conflicto por excelencia) ha ido retrocediendo a lo largo de los siglos, hasta depositar en el Estado el monopolio del uso legítimo de la fuerza. Y sin embargo, el relato diario de los vehículos informativos, en especial de la televisión, podrían inducirnos a pensar lo contrario.

Pero una cosa es la (necesaria) visión crítica sobre los medios de comunicación en la actualidad y otra muy distinta la (indeseable) concepción hipercrítica, que con frecuencia es también demagógica y populista. Por eso, frente a juicios desmesurados, ya sean sobre el fin de la historia, el choque de las civilizaciones o sobre los medios de comunicación como culpables de todos los males sociales, cabe remitirse a la respuesta que ofrece Charaudeau (2005) frente a la recurrente pregunta de si nos manipulan los medios. Si estamos de acuerdo en que el sistema de poder –tanto nacional como internacional– ha cambiado, nos será de gran valor su reflexión. Como él afirma, aunque no le guste a algunos, ni la televisión en particular, ni los medios en general, son un poder. Participan del juego complejo del poder, pero no son más que un lugar de saber y de mediación social indispensable para la construcción de una conciencia ciudadana. Eso, ya de por sí, no está nada mal.

Sin embargo, en ese contexto de luces y sombras sobre los medios, no puede apartarse la mirada de una realidad tan dura como la que viven los mexicanos y que pone en valor el trabajo de los periodistas, muchas de ellas mujeres, que llevan adelante una actividad tan necesaria como difícil, aún a riesgo de sus propias vidas.

A todas estas personas pretende rendir tributo de gratitud y admiración este trabajo. A todas las personas como las que escriben –y sobre todo sobre las que escriben– el libro La ira de México (2016): Elena Poniatowska, Lydia Cacho, Diego Enrique Osorno, Sergio González Rodríguez, Juan Villoro, Anabel Hernández, Emiliano Ruiz Parra, Felipe Restrepo y Marcela Turati.

A todas esas personas que hacen dignas y ponen en carne viva las palabras de Elena Poniatowska:

“El periodismo es la gran emoción, la enorme compulsión al amanecer, es el juicio de los días y el motor que nos hace salir de la cama. Es el temblor en la yema de los dedos y la palabra del teclado; es la estrella que nos brilla en los ojos, en la piel, en el ansia por atrapar la noticia y comprenderla. La noticia nos enamora y nos echamos atrás de ella; la seguimos hasta la tumba. Nunca se deja de ser periodista, es bueno recordar el dicho que un campesino mandó grabar en su machete: ‘cuando esta hierba pica no hay remedio en la botica’. También el periodismo no tiene remedio” (Barrientos, 2016).

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Para citar este artículo:

Torregrosa, J. F. y Montemayor, N. (2017): ‘Comunicación internacional: el periodismo en México hoy. Narrativas del tratamiento informativo, del conflicto y la violencia’, en index.comunicación, 7(3), 73-93.

[1][01] Debe tenerse en cuenta que este texto fue elaborado entre finales de 2016 y principios de 2017, de manera que los datos incluidos no pueden referirse a fechas posteriores, amén de que la intención es exponer sólo algunos casos ilustrativos de lo que pasa, antes que pretender una exhaustividad total en las cifras de víctimas. Lamentablemente, a tenor de lo que viene ocurriendo, todo parece indicar que habrán aumentado cuando este trabajo vea la luz.